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Pagar de más y luego liberarse de la frustración: clases de economía en Los Himalayas. Viajar sola inevitablemente trae consecuencias. Esta fue la primera de mis aventuras en Nepal.

Sí, soy una mujer confiada. Puedo asegurarles que durante más de diez años de explorar aquí y allá he elegido a dónde viajar (sola y acompañada) guiada por el instinto y la fe absoluta en las recomendaciones de mis amigos. A mi me dicen que hay que ir, y yo voy.  Mi búsqueda más exhaustiva se reduce a digitar en Google el nombre del lugar, irme al botón de imágenes y verificar si la paleta de colores que se despliega me produce una sonrisa automática. 

Por años defendí que este ritual precioso en el que asumes cada viaje sin expectativas te recompensa con situaciones, paisajes, personajes, conversaciones, caminatas, tan hermosas como inesperadas.  Finalmente así he caminado junto a amigos y amores Colombia, Vietnam, Chile, Grecia, Cuba, España, Alemania, Australia, Cambodia, Brasil, Italia, Indonesia, Argentina, Tailandia. Pero llegó Nepal y noté que las preguntas ¿a mi quién carajos me mandó para acá?  ¿Y yo por qué no averigüé antes? Nunca antes se me habían repetido tanto en la cabeza.

Pero un momento. Este no será un memorial de agravios contra el diminuto Nepal que batalla y florece en medio de los colosales asiáticos China e India. Es es solo la bitácora sobre lo que aprendí de economía en los días extraños y maravillosos que viví sola al borde de los Himalayas.

 ‘Tercer mundo’ no significa ‘a precio de huevo’

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Aunque mi mamá me ha repetido desde niña que no hay diferencias entre hombre y mujer y que yo soy tan valiente y capaz como mis dos hermanos mayores, en Nepal mi sistema de alertas de supervivencia se activó y comencé a considerar pagar por servicios de más, como que me recogieran en el aeropuerto o comprar un paquete de trekking (senderismo) con todo-incluido.

Juro que soy una viajera tranquila, creo ciegamente en la buena suerte, pero hay lugares del mundo donde el instinto pide precaución. Y no hablo sólo de intentar evitar de las formas de violencia más comunes a las que nos exponemos las mujeres, me refiero a ahorrarme malentendidos que surgen por el desconocimiento de las normas sociales de países tan distintos a Colombia y de ganarle tiempo a regateos que considero a veces tortuosos e innecesarios. 

“Caminar Nepal en camisilla sin mangas, es para ellos tan atractivo como ver a una mujer desnuda”, me dijo Vivi al contarle lo incómoda que me sentí saliendo a desayunar en shorts y camisa playera en Katmandú. Efectivamente luego noté que es extrañísimo ver a una mujer nepalés exponiendo los hombros.

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Aunque varios amigos me había dicho que todo era ‘baratísimo’, en Nepal experimenté una y otra vez la horrible sensación de que estás pagando el doble (o el triple) por cada cosa que compras. Cuando llegué al aeropuerto de Katmandú habían por lo menos 40 hombres, algunos mirándome más de la cuenta, ofreciendo que por $US30 te llevan a un lugar u otro. Ni la tercera parte habla inglés así que la negociación se complica e insisten tanto que te comienzas a sentir vulnerable.

Es un hecho que aquí existe la economía de los locales y la de los turistas, y como llegan tantos expedicionarios que pagan millones de pesos por subirse al Everest, decir Hi! How much is it?  es sinónimo de dólar. En cada transacción los nepaleses te prenden el debate interno sobre si te están tumbando. Aquí no importa si uno viene de Medellín, de Apartadó, de Pasto, Londres o Nueva York, si uno habla inglés se le aplica ‘precio extranjero’, así que dependerá del viajero lograr un buen trato.

Katmandú es el rostro de un país rural y empobrecido, que por segundos me recuerda regiones chocoanas en Colombia recargadas en necesidades, escasas en oportunidades y sumidas en una corrupción evidente. Al mismo tiempo este país es una mixtura espectacular de rituales budistas e hinduistas que te reestructuran la mente.

viajar-sola-nepalEn Nepal, durante un festival popular, conocí la primera niña diosa de mi vida (prometo contarles en otro post esta historia), vi monjas budistas adornar monasterios con murales multicolores impresionantes dignos de exponerse en el más prestigioso de los museos, presencié rituales funerarios entre escalofriantes y maravillosos, confirmé como un lugar: la Estupa Boudhanath, puede tener tanta energía positiva acumulada por años -entre ofrendas y meditaciones- que sientes paz sólo acercándotele.

En Katmandú vi templos centenarios preciosísimo que sobrevivieron al terremoto de 2015 pero también vi las ruinas y los proyectos de restauración casi nulos, detenidos por quienes se han robado los millones de dólares que el país ha recibido en donaciones. Si viajas al centro de la capital de Nepal, donde viven tres millones de personas sin mayores oportunidades de profesionalizarse, sin calles pavimentadas, sin semáforos, con cortes de energía casi diarios y sin empleo, comprendes por qué los comerciantes locales te ven como la oportunidad de llevar comida a sus casas.

Creo que estando sola siempre pagué de más por cosas básicas. Entendí que cuando viajo con mis amigas activamos un regateo conjunto, que se vuelve un juego, en el que solemos salir victoriosas de la negociación. Se me viene a la cabeza la imagen de Vivi,  Caro, Moni y yo en Laos, Cambodia e Indonesia intercambiando sonrisas por descuentos. Pero en Nepal se me hizo difícil. Creo que en parte por la falta de apoyo moral de las chicas y también porque tienes en frente un país donde el 25% de sus ciudadanos son pobres, y lo notas, así que no lograba ver el regateo como algo divertido. Finalmente entiendes que el turismo ligado a los indescriptibles Himalayas  y a sus rituales culturales que parecen de otro mundo son para muchos la única fuente de riqueza de la que pueden beneficiarse. Teniéndolo claro viajas con otros ojos.

Nunca supe si Nepal era o no un lugar baratísimo, para darles una idea podría decir que lo encontré tan ‘barato’ como Colombia. No soy de los viajeros que al final de cada compra cuentan las monedas, pido descuento como todo colombiano, pero a veces me da pereza, y no soy de sentarme horas en un computador para buscar la excursión más barata. Mi método, repito, son las recomendaciones. Sigo los pasos de otros y cuando no conozco a nadie que haya hecho un trekking de cuatro días por los Himalayas, busco blogueros de viajes que me gusten y confío en lo que publican. 

Esta vez le pagué a una agencia $470US por hacer el circuito Ghorenpani-Poon Hill Trek durante cuatro días de camino, viajando en avión Katmandú – Pokhara, tres noches de hospedaje en casas de té de locales y alimentación. Es el mismo precio que pagué hace dos años por caminar hacia Ciudad Perdida en Colombia (cuando el dólar valía $2.200 y descontando los vuelos) así que en mi mente lo consideré justo. Pero luego entendí que pude haberlo hecho por menos dinero.

Guiada por los posts de unas blogueras españolas que habían viajado a Nepal en octubre del 2015, contacté a una empresa local que me vendió el mismo trekking. Nunca pregunté por el clima en septiembre, como buena colombiana generalicé que ‘en Asia hace tanto sol y calor como en Cartagena’ y les creí, ingenuamente, que la temporada de caminatas comenzaba finalizando agosto.

Oh  Oh. Cuando llegué a mediados de septiembre pasado, no había casi nadie caminando esas montañas, llovía todo el día y los caminos permanecían cubiertos de bruma que transformaba los cielos despejados adornados por picos de los Himalayas en panorámicas húmedas, aún preciosas, pero sin rastro de la nieve ni de las majestuosidad de los picos.

La primera señal de que los nepaleses me ‘vieron la cara’ fue que les insistí que quería compartir esos cuatro días con más viajeros pues una de las cosas que amo de los trekking es tener horas libres para conversar. La compañía local me repitió doscientas veces que sí, que éramos un grupo, pero cuando volé de Katmandú a Pokhara, un día antes de iniciar la caminata, Gore ‘Sherpa’ (así se les llama a la comunidad de guías de los Himalayas) me recogió en el aeropuerto y me aclaró, en su escaso inglés y con toda la naturalidad del caso que el trekking lo haríamos los dos.

– Pero pedí caminar con otros viajeros. Son cuatro días de camino, ¡necesito interactuar!

– Noooo, seguro estás confundida, con más caminantes el viaje te hubiera salido más barato, pero cuando paremos a almorzar puedes hablarle a quien te encuentres en el camino. Respondió parsimonioso.

Respiré profundo. Cuatro días en la montaña, persiguiendo a un sherpa con el que difícilmente me comunico. Volví a respirar.

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No sufro de arrepentimiento después de aceptar un pago por algo que disfrutaré, pero esta vez ya había visto en algunas páginas de internet que era posible hacer el mismo recorrido pagando US$25 dólares al día por la guía y asumiendo extra todos los gastos de alimentación y hospedaje, así que cuando el primer día noté que Gore Sherpa elegía los lugares más económicos para dormir y comer y que a mi me tocaba pagar por el papel higiénico, las bebidas, la cargada del celular y por tener agua caliente en la ducha, me tocó pedirle a las montañas, a las nubes y a los árboles, que me ayudaran a desprenderme de esa frustración que me generaba saber que Nepal se estaba aprovechando de mi inocencia.

Cuando le reclamé al dueño de la agencia por qué no había sido honesto conmigo, sólo me respondió con risas y evasivas, me dijo que la lluvia era inesperada (aunque los campesinos me aseguraron sonriendo que se trataba de la temporada de Monzones que por estos meses se toman el sudeste asiático) y sobre la excursión con otros viajeros me dijo que los demás habían “desaparecido a última hora” y  me prometió que me invitaría a cenar en Katmandú a un restaurante típico nepalés en compensación. Volví a respirar profundo.

Pude descargar ese sinsabor recordando a mi mamá diciendo que en caso de presentarse esta emergencia la manera más bonita de combatirla era recordando que como viajeros permitimos que las economías locales de muchos países permanezcan activas. 

Ser viajeros en Asia es la oportunidad de compartir la riqueza volviendo a las transacciones humanas, intercambiando billetes y monedas con campesinos y comerciantes en los centenares de mercados callejeros, es estrechar las manos cuando sellas un trato en lugar de deslizar tarjetas de crédito. Para mi Nepal fue entender que hay países mucho más jodidos que el tuyo, fue a veces ceder y pagar de más consiente de que al final esa compra no me estaba empobreciendo. Es, como dice mi mamá, convertir cada precio a la moneda que quieras y honestamente aceptar que hay artes y oficios que deberían ser mejor pagos. Es pagarlos al precio que para ti sea justo.

Pensé en todo esto mientras caminaba con Gore Sherpa bajo la lluvia de Ghorepani, a la larga el guía introvertido me entregó algo invaluable: cuatro días de silencio casi absoluto para mi mente que suele reusarse a la calma. Cuesta. pero cuando tienes esas montañas alrededor es un privilegio iniciar un viaje personal. Conversé conmigo largo, resolví enojos del pasado, me reí sola, pensé en quienes amo y a quienes extraño después de estar viviendo durante un año fuera de Colombia, y reviví instantes juntos. Volví a sonreír e incluso lloré.

Recuerdo horas en donde me concentraba en seguir con la mirada los pies de Gore para poner los míos sobre la marca de sus zapatos y así evitar las raíces resbaladizas.  Mirar hacia arriba y solo ver árboles gigantes. Luego una montaña abismal, después un río, flores, un millón de escaleras, selva, banderitas nepalesas adornando los puentes que conectan montañas, gente cultivando, gente construyendo ranchos, gente sonriendo.

viajar-sola-nepalHi! Hello! a los que pasaban, acostumbrarse a la lluvia, sentir el dolor en las piernas, escuchar las cascadas que estaban a punto de aparecer, respirar el aire más limpio. Escuchar la historia de cómo Gore Sherpa se enamoró de una japonesa con la que aún se chatea por WhatsApp, tomar masala (té nepalés) en las casas de los locales, resbalarme en el camino y caer. Comprender que este es un país de luchadores. De gente bonita, víctima de una historia centenaria repleta de corrupción y de guerras civiles que le han impedido florecer.

 

Durante tres días busqué los picos de los Himalayas sin encontrarlos. Lo que ocurre es que de mediados de octubre a diciembre el cielo está despejado sorprendiéndote todos los días con una vista distinta de los montes Annapurnas. En mi caso, la bruma los cubrió siempre. No pudimos subir hasta Poon Hill ( la montaña más alta del circuito) porque la niebla no iba a permitirnos ver el paisaje y al llegar a nuestro último destino en Gandruk, donde las blogueras prometían las vistas más maravillosas, de nuevo el cielo estaba cubierto.

 Deseé ver los Hilamayas, lo deseé tanto que paré un segundo y dije en voz alta algo como: “Universo, durante tres días he caminado sin parar sin quejarme, me he portado bien, me he acostumbrado a la lluvia y al silencio al punto de considerarlos necesarios, merezco ver las montañas, por favor, por favor, muéstrame las montañas”.

A las seis de la tarde caminé hacia el templo donde se espera la puesta del sol, iba con un chico de Inglaterra que acaba de conocer en el hotel pero con el que me había cruzado saludos todo el viaje. Era nuestro último chance de ver los Himalayas. El cielo comenzó a despejarse despacio y yo de la emoción gritaba que ‘eso de allá es un pedacito de pico’ cuando en realidad era una nube. De a poquitos comenzaron a aparecer, uno, dos tres cimas nevadas. Aplaudíamos. Eran preciosas. Durante treinta minutos un atardecer lila-naranja iluminó las montañas más bellas que haya visto en mi vida. Los alucinantes Himalayas siempre estuvieron ahí, detrás de las nubes, cerquita de nosotros. Prometí que a volvería a Nepal, siempre volvería.

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Angélica María Cuevas Guarnizo

@angelicamcuevas

Brindar con Everest. #Nepal #AnnapurnaTrek #AnnapunaConservationArea

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